Marshall T. Meyer, figura del movimiento conservador en Latinoamérica nació en Brooklyn, NY, y se crió en Norwich, Connecticut. Estudió en el prestigioso Dartmouth College y recibió su ordenación rabínica en el Jewish Theological Seminary of America perteneciente al Movimiento Conservador. En 1959 llegó a la Argentina con su esposa Naomi, quien fue su socia en la creación de un nuevo estilo de judaísmo en este país.

 

En 1962 fundó el Seminario Rabínico Latinoamericano, “la fábrica” como él lo llamaba, del cual fue su rector y además profesor de filosofía, psiquiatría pastoral, homilética y Midrash hasta 1984. En 1963 fundó la Comunidad Bet El, en sus palabras “el laboratorio” del nuevo Judaísmo Latinoamericano.

 

Promovió el diálogo interreligioso y la paz entre las personas y los pueblos. Convencido de que el Hombre debe ser socio de D-s en la reparación del Mundo, enfatizó la Acción Social como parte central en la vida comunitaria.

 

Amante del arte y la música, entendió que la estética sinagogal podía transformarse en un canal de manifestación del alma.

 

Fue un incansable activista por los derechos humanos en las peores épocas de la dictadura militar en la Argentina, entendiendo esta militancia como su deber religioso. Fue miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y con el retorno de la democracia, único miembro extranjero de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Recibió condecoraciones en distintos países, y la medalla de la “Orden del Libertador Gral. San Martín”, máxima distinción Argentina para un extranjero. En sus 25 años en el país, editó más de 70 volúmenes en castellano, incluyendo toda la obra de su maestro A. J. Heschel y la revista “Majshavot”.

 

Fue maestro y mentor de una generación de rabinos que transformó la demografía judía latinoamericana, y guía de miles de jóvenes para quienes el judaísmo estaba adormecido y en quienes despertó el amor por las fuentes judías, el respeto por el prójimo, la santidad de la vida y los valores de libertad, justicia y paz.

 

Marshall revolucionó y renovó la vida judía en Latinoamérica desde el púlpito, desde las aulas, y en los inolvidables “Majanot” (campamentos educativos) donde se convertía en el “Cacique Wakonda” que encendía un gran fuego que permanecía ardiendo en nuestros corazones hasta el año siguiente, o en algunos casos, como el mío, toda la vida.

 

Pensar en Marshall es pensar en un ejemplo de coherencia entre palabra y acción, es pensar en su increíble capacidad de amar y dar desinteresadamente, y es pensar especialmente en su honestidad donde no había espacio para ventajas políticas. Su prioridad era el bien comunitario, y nada lo hacia apartarse de su misión espiritual. Esos valores lo convirtieron en un líder difícil de imitar.

 

En 1984 regresó a los Estados Unidos y en 1985 asumió el púlpito de la Comunidad Bnai Jeshurun de New York. Falleció el 29 de diciembre de 1993 dejando a su mujer y compañera de ruta Naomi, a sus tres hijos, Anita, Dodi y Gabriel y cinco nietos.

Con el tiempo y la perspectiva, la figura de nuestro querido maestro se agiganta. Pese a su grandeza, siempre nos hacía sentir escuchados y contenidos, con esa increíble sensibilidad y esa mirada dulce y profunda.

 

Que el Seminario Rabínico se llame Marshall T. Meyer es un gran honor, pero principalmente un enorme desafío: el de ser continuadores de su legado profético.

 

Fuente: Rabino Darío Feiguin- Seminario Rabínico Latinoamericano